lunes, septiembre 01, 2008

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Unimagdalena: entre el dolor y la vergüenza

Dolor, rabia, miedo y vergüenza. Eso es lo que se siente al leer en la revista Cambio que: la “Universidad del Magdalena vive una encrucijada por disputas entre paramilitares y guerrilleros”.

Que un medio de comunicación como Cambio, de regular circulación y aceptable credibilidad, reduzca con tanto simplismo maniqueista un tema de tal trascendencia, produce todo lo que se dice más arriba.

Dolor

Porque la transformación de la Universidad del Magdalena, de 1997 a la fecha, es una verdadera proeza de claridad conceptual, trabajo en equipo de todos los estamentos universitarios, esperanza bien fundamentada y tenacidad frente a un enemigo inclemente y desalmado: el autoritarismo subnacional. (Léase casta política regional).

Duele que semejante esfuerzo se ignore de un plumazo, para desinformar y desorientar, pero eso se verá luego, como tema de vergüenza.

Lo que la Universidad del Magdalena comenzó a construir hace once años, bajo la rectoría de Carlos Caicedo pero con participación de todos sus estamentos, se puede resumir, también en pocas líneas, si de mezquindad de espacio se trata, estas frases: “La Universidad debe reproducir y producir su saber sólo para que los hombres sean mejores seres humanos (lo que equivale a decir que sean ciudadanos completos) y el mundo sea un lugar más justo y más habitable. De lo contrario, sería el suyo un saber inútil.”

Y se acometió ese objetivo –que aún no está alcanzado- cuando la institución estaba agónica, desprestigiada y al borde del colapso por la acción combinada de la casta política, el sindicalismo estomacal prebendalista y la abúlica indiferencia ciudadana.

Todo eso para que ahora se le ocurra a un plumífero reducir más de una década de esfuerzos colectivos a una pugna entre perversos actores armados que tienen asolado este país. Duele.

Rabia

Da rabia, por supuesto, que las reacciones al exabrupto periodístico hayan sido tan pocas y tan tímidas.

Porque la universidad, como motor del conocimiento socialmente útil y como reducto del humanismo frente a la barbarie que está haciendo metástasis en Colombia, merece respeto y mejor trato.

Es el equivalente de la sal ¿Y si en Colombia también la sal se nos corrompe? ¿Qué nos espera?

Es una rabia que tiene, por cierto, el gusto amargo de la impotencia. Porque ni siquiera rectificaciones periodísticas sirven. El mal está hecho.

Miedo

Ahí aparece el miedo, que no es irracional, sino todo lo contrario.

El país está polarizado y son miles los muertos por cuenta de esa confrontación fratricida. Hasta la Corte Peal Internacional ya los está contabilizando.

Señalar a alguien como guerrillero, no importa de quien provenga la calumnia, es sentenciarlo a una muerte violenta casi segura. Ahí están las fosas comunes para probarlo. Y están, también, los millones de desplazados que sobreviven hacinados en los cinturones de miseria que ahogan a casi todas las ciudades colombianas.

Eso sin contar a los miles de colombianos que pudieron huir y que sobreviven el duro oficio del exilio involuntario en otros países.

Y nos da miedo porque no es solo la última gota la que rebosa el vaso y en Colombia la polarización está que casi no soporta ni una gota más. Es decir, da la impresión de que hecatombe está ya tocando a la puerta.

Vergüenza

Lo de la vergüenza ya es muy personal. Es un sentimiento nacido de más de 40 años de ejercer el oficio más hermoso del mundo: el periodismo.

Claro que avergüenza que un medio de comunicación social dedique su tiempo, su espacio y sus energías a algo que por lo menos en las secciones de farándula tienen el recato de anunciar como chisme…chisme…chisme.

Por supuesto que no todos los periodistas somos así. La mayoría investigamos, cruzamos fuentes, verificamos y revisamos más de una vez lo que producimos.

Y si llegamos a ejercer funciones de dirección en un medio, nos cuidamos mucho para que no nos infiltren embuchados, porque no siempre son producto de la novatada o del candor primíparo, sino, a veces, son resultado de la perversa maquinación. Por eso los jefes de redacción vemos conspiraciones inclusive donde no las hay. Por precaución.

Por eso, en este caso, sentimos vergüenza ajena por la revista Cambio.